"A mediados de 1991, Alfonso Crujera me anunció que había empezado a trabajar con el Ceramista Antonio Báez en su taller de Carrizal, en Ingenio, (Gran Canaria) y que estaba entusiasmado con las posibilidades de la escultura cerámica. Recibí la noticia con la natural alegría con que se reciben los éxitos de los amigos, o sus satisfacciones e impulsos entusiásticos, pero he de confesar que, en mi silencio, me sentí escéptico, pues la mayor parte de lo que conocía de escultura en cerámica era, más bien, una artesanía sublimada hasta el amaneramiento, sin controversia emocional, acaso sólo decorativa, bella a veces.
La primera muestra de la anunciada nueva pasión expresiva de Crujera era una esfera de tierra refractaria. Viendo la fotografía, una impresión prevalecía sobre las demás: el carácter hermético del objeto seducía irremisiblemente. Comprendí, entonces, el entusiasmo de mi amigo ante el poder renovador y fijador del fuego, pues había cobrado vida y volumen, se podía abrazar, una construcción ilusoria, un mandala de los que en su obra abundaban como puentes de atención, emblemas imantados del laberinto del conocimiento".
Fragmento del texto La obra solar de un creador de enigmas de Carlos E. Pinto, para el catálogo de la exposición. Read pdf.